Queremos empezar este artículo sobre los productos financieros con la frase con que muchos expertos abordan este tema: «las relaciones con las entidades crediticias»: «El personal de las entidades bancarias, desde el director hasta el último auxiliar, no son amigos nuestros; su principal interés no es nuestro beneficio, sino el de su entidad y las directrices que esta les impone, y todos los productos bancarios son de una altísima complejidad para evitar conocer su verdadera naturaleza y consecuencias».
Desinformación y cambios legislativos
Las últimas noticias, escándalos, cambios de normativas y sobre todo la desastrosa situación de algunas entidades financieras, vienen a confirmar que la población en general no dispone de la información necesaria para poder contratar todo tipo de productos financieros con entidades bancarias y que, incluso para aquellos que sí la tienen y ponen la mayor de las cautelas, el riesgo es inexorable, debido a la complejidad de los contratos suscritos con estas entidades.
Con las entidades bancarias se puede llegar a dos grupos de acuerdos totalmente diferenciados en cuanto a nuestros fondos, dejando al margen hipotecas. Por una parte, podemos encargar a un banco o caja que custodie nuestro dinero (cuenta corriente y libreta de ahorro), que nos preste servicios de pago (domiciliación de recibos) y que nos facilite medios de pago (tarjetas de crédito y de debito); en este bloque, nuestros fondos están siempre a nuestra disposición y no producen rentabilidad o pérdida alguna, salvo desastre nacional. Y por otra parte, podemos solicitar a nuestra entidad bancaria que nos facilite mecanismos de inversión; en ese mismo instante, nuestros fondos dejan de estar disponibles a nuestra voluntad.
Esta premisa, que muchos lectores encontrarán obvia, no es contemplada por la gran mayoría de los usuarios de servicios financieros. Mientras esto no se grabe en la cabeza de los ciudadanos, cíclicamente nos veremos con situaciones como las que ahora nos atañen. Una vez imbuidos en la actividad financiera, y cuando realizamos una inversión, debemos tener muy claro que nuestro dinero corre un riesgo, porque eso es invertir, y el resto son aditivos para no discernir la realidad. Invertir en produtos financieros es correr un riesgo.
Productos financieros complejos
Las entidades crediticias nos ofrecerán muchos productos financieros cuya complejidad es infinita. Por tanto, una vez decididos a invertir, necesitamos asesoramiento, y este asesoramiento nunca debe ser únicamente del personal que trabaja en el banco o caja con la que contratamos, sino que debemos contrastarlo.
La renta fija es el único producto financiero que nos asegura una rentabilidad por nuestro dinero, mediante su inmovilización por un periodo de tiempo, que, de no respetarlo, nos hará perder la rentabilidad pactada. Y es por todos sabido que el simple usuario de la banca –el término inversor implica un grado mayor de conocimiento–, tiende a contratar este tipo de productos, rechazando generalizadamente las inversiones con un cierto riesgo.
Por tanto la pregunta es obvia: ¿por qué no se ofrece al usuario el producto que realmente desea? Hemos comprobado, recientemente, cómo, en miles de casos, usuarios que demandaban este tipo de producto, una simple renta fija, acaban adquiriendo un producto de mayor riesgo y de alta complejidad.
La respuesta se encuentra en la voluntad de la entidad financiera de vender, a toda costa, los productos financieros, sin tener en cuenta las necesidades y demandas del usuario. En estas operaciones juega un papel importantísimo la confianza de los usuarios en las personas de su entidad habitual, que conocen de hace muchos en la mayoría de los casos. Una confianza de la que se han aprovechado las entidades para colocar productos complejos y arriesgados a simples usuarios depositantes, que nada tienen que ver con el perfil de inversor destinatario de los mencionados productos de riesgo.
Nos estamos refiriendo a los SWAP, opciones, subordinadas, preferentes y cientos de productos que se inventan las entidades bancarias, cada vez con mayor complejidad. Una complejidad que es directamente proporcional a la rentabilidad que obtendrá el banco, pero muy contraria a los intereses de los consumidores.
Permutas, participaciones y Swaps
Sabemos que existen cientos de miles de afectados por la contratación de las tristemente famosas participaciones preferentes, las cuales no son ni una participación en el banco o caja –en el sentido de poder de decisión–, ni tampoco la preferencia sobre nadie o nada. Son la adquisición de renta subordinada. Con ello se está comprando un trocito minúsculo del banco o caja, no adquiriendo derecho a decidir, a diferencia de las acciones –aunque daría lo mismo, pues las acciones de los minoristas no valen para nada en la decisión–. Estas preferentes prometían una remuneración supeditada a que la entidad diera beneficios, pero tenía un pequeño hándicap: a la hora de la desinversión, y en un momento como el actual, las pérdidas son enormes.
Además de las preferentes, miles de ciudadanos contrataron junto con su hipoteca los denominados SWAP, que podemos definir como la permuta financiera de tipos de interés. Es un contrato por el que dos agentes económicos acuerdan intercambiar flujos monetarios, expresados en una o varias divisas, calculados sobre diferentes tipos o índices de referencia, que pueden ser fijos o variables, durante cierto período de tiempo. Se trata, por lo tanto, de un contrato en el que dos partes acuerdan, durante un período de tiempo establecido, un intercambio mutuo de pagos periódicos de intereses nominados en la misma moneda y calculados sobre un mismo principal, pero con tipos de referencia distintos. En el caso más habitual, una de las partes paga los intereses a tipo variable en función del Euribor o Libor, mientras que la otra lo hace a un tipo fijo o bien variable, pero referenciado a otra base distinta. Bajo esta denominación se encuentra un producto financiero de una complejidad terrible, que nunca debe ser contratado por un consumidor y menos aún vincularlo con la hipoteca de la vivienda habitual.
Y así podríamos seguir definiendo más productos bancarios de alta complejidad. La realidad es que todos estos productos, así como sus folletos informativos y los contratos tipo, fueron depositados ante el Banco de España y la Comisión Nacional del Mercado de Valores, estando además regulados por las llamadas normas MIDFIT, que intentan garantizar que al inversor se le coloque un producto acorde a su perfil de inversión. Pero todo ha fallado y hay miles de personas que sin duda alguna jamás quisieron este tipo de producto, que la información que les facilitaron de forma verbal consistía en un producto simple similar a la renta fija y que supuestamente firmaron documentos de test de idoneidad e incluso contratos de adquisición cuyas copias nunca recibieron para leer y conservar.
Son cientos de miles los afectados por productos financieros que no se ajustan a las necesidades de los consumidores ni a su perfil de ahorrador. La mala praxis de los gigantes financieros ha hecho que los consumidores hayan caído de forma masiva en las manos de personas sin escrúpulos. Esta terrible realidad debe hacer consciente al consumidor de que no hay que firmar, bajo ningún concepto, ningún documento que no hayamos leído y entendido antes. Se acabó lo de usar la confianza para colocarnos productos financieros que nos perjudicarán.